A mi maestra francesa
Mi herida existía antes de mí;
he nacido sino para
encarnarla,
así,
desgracia o prosperidad,
y un dios al que no sé
orar
como suelen hacer los niños
antes de acostarse.
Se me antoja que hay
una amargura
inseparable
de la belleza
en todas
sus
formas
y siento
acá adentro
que hace falta
que me muera
para que belleza y amargor
no vengan de la mano
como suelen hacer los niños
que marchan a jugar.
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