segunda-feira, 2 de novembro de 2020

Nota (casi) linguística

#4

Conflicto


Una de las que se repiten una y otra vez en nuestros días es «conflicto», ya sea en la boca de los periodistas, ya sea en las páginas de los intelectuales; hago, pues, un pequeño ejercicio de pensarla, y hago no tanto para establecer lo que es definitivamente «conflicto», o lo que sería su significado universal, real o mismo fundamental, sino que le doy vueltas a esa palabra, haciéndola rechinar y decir un poco más que lo obvio y yuxtaponiéndola a otras palabras —pólemos, bellum, agon—  para que suenen, con alguna suerte, más que sinónimos, siguiendo los versos de un poeta brasileño, Mario Quintana, que dice: «Esos que piensan que existen sinónimos, desconfío que no saben distinguir las diferentes matices de un color» (Caderno H, 2013). Entonces, para que no creamos (demasiado) que los sinónimos existen, empiezo haciendo una breve etimología del vocablo «conflicto», donde, siguiendo sus rastros, llegamos a «conflictus», en latín, formado por el prefijo «con-» y el participio «flictus». Nos detengamos un rato, por primero, en el prefijo este (y sus variaciones «co-/com-/con-»). Si caminamos en su linaje en dirección al presente llegamos a palabras castellanas como, por ej., cooperar, compartir y concebir, en las cuales el pefijo da el sentido de «en compañía de», «junto a» o «globalmente»; también nos llevará, si caminamos en el sentido contrario, a la raíz indoeuropea «kom-», que significa «junto» o «cerca de», de la cual se desplegará el vocablo griego «κοινός» (koinos), «común», que nos ha dado, por ej., «cenobio» y «epiceno»; pero también la raiz indoeuropea dará origen a otro vocablo latino, «contra», que quiere decir «enfrente» y generará algunas palabras castellanas como, por ej., «contra», «contrario» y «encontrar». «con-», en breve, tiene que ver con «junto», «común» y «enfrente». Siguiendo con la etimología, la segunda parte de nuestra palabra, «flictus», es el participio de perfecto del verbo «fligere», que es «dañar», «chocar(se)», «pegar» o «golpear», como en «infligir» o «aflicto», advenido del griego «φλάω» (fláo), «aplastar», «machacar»; a su vez, «flictus», en tanto que participio, es «golpe» o «golpeado». Por último, se juntamos las dos partes, tenemos «conflictus», «golpe junto», o aún, «el golpe entre varios»; pero, lo que me parece subyacente ahí es que, pese al énfasis que se suele dar a la idea de choque o pelea, el prefijo de esta palabra hace el componente de partilla –de un lugar, de una materialidad, pero también, y sobre todo, de una presencia y fuerza  combativa– inolvidable; lo hace de tal manera que sólo hay conflicto, yo diría, si las dos (o más) partes involucradas actúan (en contra) o golpean a la otra, de lo contrario, lo que hay es pura violencia, es decir, es «abundancia de fuerza» sin una verdadera reacción o resistencia ajena. Entonces, comprender un conflicto pasa imprescindiblemente, de una parte, por reconocer un territorio de disputa en común, y, de otra, por reconocer en el otro una fuerza digna con la que pelearse, alguien a la altura de golpeárselo. 
 
Los griegos antiguos, por supuesto un pueblo lindado por el conflicto –ya sea aquel de los guerreros espartanos, ya sea aquel de los políticos atenienses–, tenían incluso una personificación de la guerra –muchas veces confundida con el diós Ares o su versión romana, Martesllamada de Πόλεμος (Pólemos) o «bellum», para los romanos. De ahí palabras como «polémico» y «bélico», es decir, «lo que pertenece a la guerra», pero también «duelo» (duellum); este último, en especial, deja evidente en carácter ritualizado y dignificado del conflicto para los griegos y romanos. El filósofo presocrático Heráclito describe a Pólemos como «el rey y padre de todos», con la capacidad de traer todo a la existencia y de aniquilarlo; el filósofo alemán, M. Heidegger, a su vez, interpretaba el Pólemos heraclítico como el principio de separación, «el que divide o aleja» en alemán «Auseinandersetzung»: «conflicto», pero literalmente «aus» (afuera, separado) + «ein» (un) + «andere» (otro) + «setz(en)» (poner, ubicar) + «ung» (particula que hace del verbo un substantivo). Curiosamente, el escritor griego Aristófanes, en una de las historias sobre Pólemos, cuenta que él intentara atrapar Irene (Εἰρήνη, pax, para los romanos), la personificación de la paz, como manera de dominarla y hacer a si mismo imparable, lo que, seguramente, es impedido por las divinidades. En otra historia, contada por Esopo, estaban los dioses eligiendo sus matrimonios, uno a uno, y al final le toco a Pólemos casarse con Hibris (la arrogancia o el exceso), ya que fue la única que se había quedado sin pareja; dicen que él la amaba mucho, pero que ella lo abandonó, con lo que él se puso a seguirla por doquier, con lo que se aconsejaba a no dejarse que Hibris (la arrogancia, el exceso) se acercará sonriente a la gente, a la ciudad o a la humanidad, puesto que Pólemos (la guerra) llegaría enseguida. Mismo un pueblo combativo, como los griegos y romanos, sabe que la batalla solo puede generar frutos y dejar descendentes si no es incesante y voraz, al punto de destruir el mundo y a sí propio en su afán guerrero —la fuerza creadora termina por poner fin a sí misma, en especial si viene con el exceso y la arrogancia. 
 
Sin embargo, de todas las personificaciones griegas de la idea de conflicto, tal vez el Agon (Ἀγών) sea la más importante y, seguramente, es la más solemne, encarnando a la lucha —concursos, retos, disputas— en una forma de juego o ejercicio, estando presente en los juegos olímpicos y en las piezas teatrales, pero también en los debates filosóficos. Para el filólogo (y filósofo) F. Nietzsche, el agon griego fuera un principio fundamental de la moral noble (griega) para la educación y crecimiento de la fuerza de uno, gracias a la relación con el otro, que nunca podría, entonces, ser más débil o inferior que uno. Este principio, sin embargo, ya (casi) no lo es capaz comprender y vivir el sujeto moderno, puesto que su manera de hacer la guerra es miserable, al haber echado cualquier ritualidad y dignidad en el combate: la blitzkrieg (guerra relámpago) inaugurada por los nazis eliminaba toda las separaciones entre sujeto, tiempo y espacio militares y civiles, arrastrando la guerra, que antes se hacía afuera de la ciudad, entre los combatientes y por un tiempo determinado del día, para adentro del perímetro urbano, machacando cualquiera, sin aviso previo o restricción de horario; conducta esa que fuera llevada a su máximo de brutalidad con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki por los EE. UU. La falta de una ritualidad y la aniquilación del adversario era impensable al conflicto agonista griego, lo cual reclamaba un protagonista (πρωταγωνιστής, el primero luchador o jugador) y un antagonista (ανταγωνιστές, el luchador o jugador opuesto o que va en contra), dos sujetos, ya sea en puntos opuestos de un combate, ya sea poniéndose lado a lado en una carrera, compartiendo, en un mismo espacio y tiempo, una misma batalla y con cierto grado de respecto por el otro en el conflicto —en los golpes juntos.
 
Al final, ¿nuestros conflictos nos hacen compartir un mundo o repartirlo, aniquilándose al Otro y su mundo?

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