#5
Brincar, jugar, vincular
«Brincar», verbo intransitivo, «dar saltos o brincos». «Brinco», (1) «movimiento que se hace levantando los pies del suelo con ligereza»; (2) «joyel pequeño que las mujeres usaban colgado a la toca». ¿Cómo puede que cosas tan dispares compartan un mismo origen? ¿Cómo puede que tengan un vínculo etimológico? Y es que justamente la palabra «vínculo» nos ayuda acá, o por lo menos su forma latina «vinculum», «atadura, cadena, vínculo», formada por «vincere» (atar) y el sufijo instrumental «-lum». El verbo latino tiene relación con la raíz indoeuropea «wei-» (doblar, torcer), donde nos salió la «vid» («vitis», en latín), planta cuya tendencia es enroscarse y retorcerse mientras crece. En el castellano antiguo la forma «blinco» deja más evidente el pasaje de vínculo a brinco, o mismo el catalán «vinclar», «vincular» o «plegar». «Brinco», en portugués, es el «pendiente», pero también es el anillo que se pone en el hocico de los puercos. Y así nos quedamos dando vueltas, caminando en círculos en una etimología algo enroscada con eso de vincular y atar, o con un par de cosas vinculadas y atadas.
Lo gracioso, sin embargo, es el salto que va de brinco como algo atado a algo que salta… Quizás, fuera el estado saltarín de los brincos colgados en las tocas de las damas que por analogía nombró el salto y además en juego de niño de saltar. Pero, a la vez, en portugués la palabra «brincar» designa a «jugar, sobre todo las niñas y niños», así como «brinquedo», a «juguete». Se dice que este uso portugués de la palabra «brincar» tiene origen en un juego con aros (brincos), así que «brincar» se generalizó como una forma de divertirse; además, en portugués se puede llamar «brincadeira» también a un chiste o una broma. Pronto nos quedamos, como en un aro, sin saber bien donde empiezan las cosas, como si uno pudiera caminar en los dos sentidos infinitamente.
Antes de nos fatigar con estas vueltas, nos detengamos en la hermosa distinción que hacen los lusófonos entre «jogar» y «brincar», nosotros, hispanohablantes tendríamos que traducir ambas palabras por «jugar», pero suele que para un lusófono un infante no «joga», sino que «brinca», mientras que un adulto que «brinca» es porque no toma algo en serio y con sus compañeros no «brinca», sino «joga» a las cartas. Esa distinción parece todavía más interesante cuando la relacionamos al hecho de que «juego» viene del latín «iocus», «broma», (como también, por ej. «jocoso» y «juglar») y esa, a su vez, de la raíz indoeuropea «yek-», «hablar». El «iocus», así, es el juego en o con palabras, cosa que los adultos excluyeron, entonces, del mundo del infante —«infans», donde «in-» es negación y «fans» es «fari», «decir», más «-ante», agente: el infante es aquel desproveído de palabra o habla, y por lo tanto, no puede acceder al «iocus».
Sin embargo, yo arriesgaría decir que, pese a la tendencia a distinguir las dos cosas entre el juego que va en serio y el que no, la real distinción es que para un adulto, en general, «jogar» es una manera de desvincularse de su adultez, desatarse del peso y de las obligaciones del mundo adulto, como una manera de separarse de su mundo con sus reglas bien establecidas y rutineras, que siempre apuntan a una utilidad de supervivencia y (re)producción; mientras que los niños, que seguramente toman en serio a sus «brincadeiras» y que ponen sus reglas ahí, al «brincar», ellos crean un vínculo con el mundo, ellos trazan en el suelo un círculo —bien material, incluso— para demarca su mundo, no un mundo de uno solo, pero un mundo compartido (¿entre los amigos?) que se empieza a crear con el juego, un mundo recomienza a cada vez que se juega, como un ejercicio de estar ahí, de habitar, de existir con en otro. Para el adulto, «brincar» es saltar su mundo, por un rato; para el niño, «brincar» es «vincular», vincularse con el mundo y con el otro, es crearse a sí mismo y al mundo de los que vienen…
Lo gracioso, sin embargo, es el salto que va de brinco como algo atado a algo que salta… Quizás, fuera el estado saltarín de los brincos colgados en las tocas de las damas que por analogía nombró el salto y además en juego de niño de saltar. Pero, a la vez, en portugués la palabra «brincar» designa a «jugar, sobre todo las niñas y niños», así como «brinquedo», a «juguete». Se dice que este uso portugués de la palabra «brincar» tiene origen en un juego con aros (brincos), así que «brincar» se generalizó como una forma de divertirse; además, en portugués se puede llamar «brincadeira» también a un chiste o una broma. Pronto nos quedamos, como en un aro, sin saber bien donde empiezan las cosas, como si uno pudiera caminar en los dos sentidos infinitamente.
Antes de nos fatigar con estas vueltas, nos detengamos en la hermosa distinción que hacen los lusófonos entre «jogar» y «brincar», nosotros, hispanohablantes tendríamos que traducir ambas palabras por «jugar», pero suele que para un lusófono un infante no «joga», sino que «brinca», mientras que un adulto que «brinca» es porque no toma algo en serio y con sus compañeros no «brinca», sino «joga» a las cartas. Esa distinción parece todavía más interesante cuando la relacionamos al hecho de que «juego» viene del latín «iocus», «broma», (como también, por ej. «jocoso» y «juglar») y esa, a su vez, de la raíz indoeuropea «yek-», «hablar». El «iocus», así, es el juego en o con palabras, cosa que los adultos excluyeron, entonces, del mundo del infante —«infans», donde «in-» es negación y «fans» es «fari», «decir», más «-ante», agente: el infante es aquel desproveído de palabra o habla, y por lo tanto, no puede acceder al «iocus».
Sin embargo, yo arriesgaría decir que, pese a la tendencia a distinguir las dos cosas entre el juego que va en serio y el que no, la real distinción es que para un adulto, en general, «jogar» es una manera de desvincularse de su adultez, desatarse del peso y de las obligaciones del mundo adulto, como una manera de separarse de su mundo con sus reglas bien establecidas y rutineras, que siempre apuntan a una utilidad de supervivencia y (re)producción; mientras que los niños, que seguramente toman en serio a sus «brincadeiras» y que ponen sus reglas ahí, al «brincar», ellos crean un vínculo con el mundo, ellos trazan en el suelo un círculo —bien material, incluso— para demarca su mundo, no un mundo de uno solo, pero un mundo compartido (¿entre los amigos?) que se empieza a crear con el juego, un mundo recomienza a cada vez que se juega, como un ejercicio de estar ahí, de habitar, de existir con en otro. Para el adulto, «brincar» es saltar su mundo, por un rato; para el niño, «brincar» es «vincular», vincularse con el mundo y con el otro, es crearse a sí mismo y al mundo de los que vienen…
Nenhum comentário:
Postar um comentário