#7
El jugador y el lúdico — el poeta y el niño
En general, el lúdico y el jugador están relacionados —pertenecientes o relativos—
al juego, y aunque no haya un sinónimo de «lúdico» que contenga la misma raíz
de «juego», y aunque «jocoso», por supuesto, comparta la raíz con esa palabra,
pero, llevándonos al chiste más que al «jugador», valdría la pena profundizar
la separación histórica de los dos: «iocus»
y «ludus», de dos formas del
juego.
Según el Diccionario etimológico latino de Félix Gaffiot, «iocus» es el juego en palabra, mientras
«ludus», el juego en acción.
Viniendo de la raíz indoeuropea «Leid-» (jugar), además de la diversión
y pasatiempo, y de los grandes festivales públicos romanos, «ludus» era la escuela elemental
primaria y gratuita; al final, a los niños, o mejor, los infantes —los sin palabra—
el juego es propiamente juego en acción, y ellos aprenden a través de esta
forma de juego. Mientras tanto, «iocus»,
que quería decir en latín «broma», viene de la raíz indoeuropea «yek-», que
significa nada menos que «hablar, decir». Así, el hablar se ha convertido para
nosotros en juego con las palabras —del jocoso, hasta el joker, inglés,
o el jouer, francés— y no hay otro que juega con las palabras de
manera más sublime que el poeta, ya sea porqué subvierte su uso y su
significado (las palabras dicen otras cosas, juegan entre sí, cambian de lugar,
de relaciones, de interacciones), ya sea porque juega con su finalidad y su
temporalidad (las palabras cambian el lugar adonde esperábamos que nos llevarían
y el tiempo al que esperábamos que remitirían y que se alojarían, y nos alojarían).
Si los niños son grandiosos en su manera de jugar con el mundo por medio
de la acción pura, es decir, sin la mediación del simbólico (sobre todo de las
palabras); los poetas son los maestros del juego de las palabras puras, es decir,
palabras sin tiempo y espacio inseparables, sin lugar y momento que le serían irrenunciables,
del cual las palabras serían no podrían ser enajenables.
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